Entre alucinaciones, violencia y machismo, ¿cómo logró Yayoi Kusama volverse una de las artistas más famosa del mundo?

En los últimos años, más de 5 millones de visitantes han conocido el trabajo de Yayoi Kusama a través de las exposiciones individuales de gran escala que realizó en la Ciudad de México, Río, Santiago de Chile, Seúl y Taiwán, así como importantes giras y exposiciones en Canadá, Estados Unidos y Europa. Yayoi Kusama es hoy tan famosa que los visitantes de sus exhibiciones pueden pasar cada vez menos tiempo dentro de sus “Habitaciones de espejos infinitos”, instalaciones inmersivas de lunares, luces de colores y calabazas pintadas que se proyectan sin interrupción. En 2018, los visitantes del Museo Hirshhorn, en Washington DC, que hicieron cola durante más de dos horas para ingresar al recinto, se conformaron con los treinta segundos que les asignaron para echar un rapidísimo vistazo a las instalaciones de la artista japonesa. Poco antes, el Museo Broad en Los Ángeles había vendido 90,000 boletos en una sola tarde para acceder a la exhibición de esta peculiar artista. 

Kusama es una artista japonesa de 89 años, quien ha vivido voluntariamente en un hospital psiquiátrico durante los últimos 41 años. Nació en el Japón rural, en el seno de una familia rica que administraba extensos viveros de plantas para vender en todo el país. Desde muy pequeña, llevaba su cuaderno de dibujo a los terrenos de siembra y se sentaba entre las flores hasta que, como en un cuento de hadas, un día sintió que las flores le hablaban. “Pensé que solo los humanos podían hablar, así que me sorprendió que las violetas usaran palabras. Estaba tan aterrorizada que mis piernas comenzaron a temblar” –esa fue la primera de una serie de alucinaciones que la atormentaron desde la infancia–. “Cada vez que sucedían cosas como esta, me apresuraba a volver a casa y dibujar lo que había visto en mi cuaderno de bocetos. Registrarlos ayudaba a aliviar la conmoción y el miedo de estos episodios”. Cabe mencionar que muchos de los motivos que se han convertido en sus marcas registradas, al parecer, tienen sus raíces en esta práctica. 

Los episodios de alucinaciones parecen estar relacionados con su vida dentro de una familia profundamente infeliz. Su madre enviaba a la pequeña Kusama a espiar al padre –quien era mujeriego– y cuando ella volvía para informarla, “mi madre desahogaba toda su ira conmigo”, recuerda la artista en su autobiografía. 

Después del ataque a Pearl Harbor fue reclutada para trabajar en una fábrica que producía telas para paracaídas, cuando ella tenía apenas 13 años. Por la noche, pintaba flores una y otra vez. El trauma infantil de Kusama fue fundamental en su trabajo no solo por su difícil familia sino también por su contexto social y la pesadilla de la Segunda Guerra Mundial.

Animada por la artista estadounidense Georgia O’Keeffe, en 1958 Yayoi Kusama, tomó la decisión de dejar Japón e ir a Nueva York, a donde llegó con 27 años cumplidos y con apenas unos cientos de dólares cosidos en el forro de sus vestidos, junto con 60 kimonos de seda y algunos dibujos para vender. Según cuenta ella misma, inicialmente subsistió comiendo restos de comida, incluidas cabezas de pescado rescatadas de la basura de una pescadería. 

Los primeros cuadros que logró vender fueron a sus compañeros artistas Frank Stella y Donald Judd, en 1962, por $75 dólares. Uno de estos lienzos se vendió en 2014 por 7,1 millones de dólares, récord para una artista femenina viva.

En los años 60 compartió casi la misma fama y notoriedad con artistas como Andy Warhol y Claes Oldenburg y, sin embargo, quedó extrañamente fuera de la historia del arte pop. Kusama ha afirmado durante mucho tiempo que los artistas hombres que la rodearon se apropiaron de sus ideas originales y las hicieron pasar como propias encontrando la fama de esa manera.

En 1963 comenzó a fabricar sillas y otros objetos cubiertos, a modo de hongos, con formas fálicas pintadas de blanco hechas de tela acolchada a manera de auto terapia “Me enseñaron que el sexo era sucio, vergonzoso, algo que debía ocultarse, además fui testigo del acto sexual cuando era un niña pequeña y el miedo que entró por mis ojos se había disparado dentro de mí.”

Aunque oficialmente no fue invitada a exponer, en 1966 se apoderó de la 33 Bienal de Venecia con su obra Narcissus Garden, un lago de 1500 esferas reflectantes en el que el rostro del espectador se multiplicaba hasta el infinito. Mediante un letrero que decía “tu narcisismo en venta”, vendió las esferas a $2 dólares cada una y las autoridades de la Bienal detuvieron su actuación, arguyendo que no podía vender arte como si se tratase de “perros calientes o conos de helado”.

Cuando llegó el Verano del Amor, Kusama escenificó Body Festivals y Anatomic Explosion happenings en los que pintaba con lunares a los asistentes desnudos al festival. Llevó también estos actos a lugares emblemáticos de Nueva York, tales como la Bolsa de Valores o los escalones de la Estatua de la Libertad, creando con personas desnudas protestas contra la elección de Richard Nixon y la guerra de Vietnam. Kusama vendió diseños de moda de lunares en una boutique, con agujeros para revelar los senos y las nalgas, lo que consolidó su notoriedad no solo en Estados Unidos sino también en su Japón natal profundamente conservador. Los happenings de Kusama aparecieron en la portadas de los principales diarios neoyorquinos varias veces en ese año de 1967.

Esta controvertida artista japonesa encontró a su hombre ideal en Joseph Cornell, quien le enviaba una docena de poemas al día y nunca colgaba una llamada telefónica, por lo que estaba allí cuando ella alzaba la bocina para marcar. Esa fue su única relación romántica conocida. Cuando rompieron, Kusama se deprimió tanto que en una ocasión saltó desde la ventana de su estudio pero su caída fue frenada milagrosamente por una bicicleta que pasaba por debajo en ese momento.

Afectada profundamente por la muerte de Joseph Cornell en 1972, y por la de su padre dos años después, Kusama regresó a Japón. Las alucinaciones y ataques de pánico de su adolescencia regresaron con toda su fuerza y fue hospitalizada varias veces. En marzo de 1977 decidió ella misma ingresar en un hospital psiquiátrico. Allí encontró en la terapia artística (o arteterapia) una manera de manejar sus manías y dirigirlas hacia su creatividad: “Estoy decidida a crear el mundo de Kusama, que nadie ha hecho ni pisado nunca”. Desde entonces Kusama duerme en el hospital todas las noches y trabaja en su estudio al otro lado de la calle seis días a la semana. “Hace mucho tiempo, decidí que todo lo que podía hacer era expresar mis pensamientos a través de mi arte y que continuaría haciéndolo hasta que muriera, incluso si nadie viera mi trabajo. Hoy, nunca olvido que mis obras de arte han conmovido a millones de personas en todo el mundo”.

 


 

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